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¿De qué hablamos cuando hablamos de polarización que erosiona la democracia?

                                                                                                                         Javier Caravedo Chocano

Cultura de paz y democracia

El desarrollo de una cultura de paz es lo que posibilita la convivencia democrática. Es un campo de fuerza donde se alimentan las energías cohesionadoras. Promueve espacios seguros, libres de violencia directa (agresión física, verbal y psicológica), así como significados colectivos positivos, rechazando la violencia simbólica (narrativas, símbolos, representaciones en medios y prácticas sociales). Además, construye las condiciones para transformar la violencia estructural (sistemas injustos que privan del goce efectivo de derechos).

La paz activa, es la genuina paz. La que promueve activamente una cultura de paz. No es la “pacificación” que busca suprimir todo antagonismo o movimiento opuesto al status quo; no es la “paz de los cementerios”. La vida es movimiento y cambio permanente. De igual manera, las interacciones sociales, tanto individuales como colectivas, están en constante transformación y, por lo tanto, en tensión y conflicto, en el marco de sistemas complejos (sociales, políticos, organizacionales, etc.). Conflicto no es igual a violencia. En un conflicto no necesariamente hay violencia. Los conflictos no son el problema, sino la manera en que los abordamos para que no deriven en dinámicas destructivas o violentas.

Las tensiones y conflictos, desde una perspectiva democrática y de cultura de paz, son producto de distintos puntos de vista, objetivos, intereses y necesidades. Por lo tanto, son inherentes a la vida en sociedad. Constituyen un síntoma, pero también un nudo de energías que puede aprovecharse como oportunidad de transformación constructiva y alcanzar nuevos equilibrios dinámicos en dimensiones más amplias de la paz.

Instituciones, diálogo, consensos y tejidos sociales

La democracia, el Estado de Derecho y la protección de los derechos humanos son condiciones de base y marco para que una cultura de paz florezca. Habilitan el encuentro, la escucha, el diálogo y los consensos para enfrentar y solucionar problemas que son desafíos comunes. Es bajo este enfoque ético y práctico que se pueden celebrar y tejer vínculos sociales fortalecidos en la confianza y la conexión intersubjetiva en la diversidad.

Vivimos tiempos de erosión democrática. Y esta erosión no ocurre solo a nivel institucional, sino también sociopolítico y sociocultural. El consenso democrático sobre el que se construyeron las instituciones democráticas liberales tras la Segunda Guerra Mundial —para garantizar la paz, la seguridad, el desarrollo sostenible y la protección de los derechos humanos— ha ido perdiendo significado y adhesión en la práctica, tanto en actores políticos como en sectores de la sociedad. Estos consensos democráticos pueden identificarse en tres pilares fundamentales:

1. La democracia como sistema político representativo, plural y de soberanía popular, con alternancia en el poder mediante elecciones libres y justas, con rendición de cuentas y participación ciudadana.

2. El Estado de Derecho como sistema jurídico que hace valer el imperio de la ley, desterrando la arbitrariedad a través de mecanismos institucionales de pesos y contrapesos en el control del poder con independencia efectiva.

2. El respeto, la protección y la promoción de los derechos humanos como garantía fundamental de la dignidad humana y como fin supremo de la actuación de los poderes públicos.

El deterioro de este consenso democrático tiene sus raíces en la erosión del tejido sociopolítico de las sociedades en tiempos de incertidumbre, ansiedad, volatilidad y complejidad, producto, entre otros factores, de las crecientes desigualdades (socioeconómicas, territoriales, culturales), los problemas sociales no resueltos, el impacto de la pandemia, los efectos del cambio climático, los cambios geopolíticos globales, las guerras y el desprecio por el derecho internacional. Así, instituciones, consensos democráticos y tejido social se han erosionado. En el Perú, en la región y en el mundo.

Este contexto se expresa en una fractura entre la ciudadanía y el sistema político, la fragmentación de la política y de la sociedad civil, y una tóxica polarización afectiva en la política y la sociedad. Fractura, fragmentación y polarización afectiva constituyen el campo fértil para la cultura de la confrontación y la violencia, donde la pedagogía de la crueldad se convierte en abono. Es el terreno en el que se alimenta la espiral entrópica de energías desintegradoras.

Ya no solo se trata de una polarización de opiniones basada en sistemas de valores distintos y opuestos en la formulación de diagnósticos, causas y propuestas de solución frente a problemas comunes. Contraposición de valores políticos e ideológicos siempre hubo. Pero en el marco de la democracia es posible el debate, diálogo, negociación y consenso. Hoy emerge una tóxica polarización afectiva y radical que utiliza los significantes de la democracia, pero los resignifica para vaciarlos de contenido sustantivo y práctico. Constatamos diariamente, en el ejercicio de los poderes públicos y las interacciones en redes sociales, un vaciamiento de términos tales como: república, democracia, representación, elecciones, diálogo, consensos, derechos humanos, constitución, libertad de expresión, Estado de derecho, entre otros.

Estamos ante un tipo de polarización relativamente nuevo. Los fascismos del siglo XX usaban un lenguaje populista polarizador afectivo y tóxico, pero abiertamente antidemocrático. Explícitamente autoritario. La ansiedad de estos tiempos ha generado regresiones emocionales individuales y colectivas distintas, rechazando discursivamente identificarse con aquel pasado sombrío.

Polarización política y polarización afectiva

Entonces, ¿cuál es la diferencia entre la polarización de opiniones políticas y la polarización afectiva en la política? La primera se refiere a la división y discrepancia ideológica en temas y políticas, mientras que la polarización afectiva se basa en una división emocional y social, caracterizada por fuertes sentimientos de adhesión hacia el propio grupo y personas con afinidades políticas similares y, a la vez, extrema animadversión hacia el grupo contrario. Es decir, se trata de una división afectiva radical e identitaria.

En la polarización de opiniones políticas hay distancia ideológica entre actores políticos, o entre ciudadanos, en cuanto a sus posturas sobre temas, políticas y valores políticos. Es una división basada en diferencias concretas y explícitas en las ideas, generalmente ubicadas dentro del espectro izquierda-derecha (socioeconómico), liberal-iliberal (sociopolítico) o progresista-conservador (sociocultural). En este tipo de polarización, las discrepancias están en la perspectiva y contenido opuesto de las ideas sobre temas específicos, políticas públicas o valores ideológicos.

La polarización afectiva va más allá de las ideas y se centra en los sentimientos y emociones que los individuos tienen hacia otros grupos políticos y sociales que apoyan posiciones opuestas. Se caracteriza por la animadversión emocional, los prejuicios, la categorización social y la división de “nosotros” frente a “ellos”. Aquí, los partidarios no solo discrepan ideológicamente, sino que también sienten rechazo personal y desconfianza hacia los oponentes, lo cual puede manifestarse como enemistad y rechazo social. Se establecen etiquetas como estigma. La polarización afectiva ha crecido especialmente alrededor del eje sociocultural.

Este fenómeno tiene un impacto corrosivo sobre la convivencia social y el espacio cívico más allá de las diferencias políticas, generando una división intensificada por emociones como el odio o el rechazo identitario, incluso cuando las diferencias ideológicas no son extremas.

Relación entre ambas polarizaciones

Ambas polarizaciones pueden coexistir y retroalimentarse. Sin embargo, estudios muestran que la polarización afectiva no necesariamente deriva directamente de las diferencias ideológicas. Hay casos en que la polarización emocional es fuerte, aunque las diferencias de opinión política sean moderadas. La polarización afectiva está más vinculada a la identificación partidista, a las evaluaciones emocionales hacia líderes y a los grupos políticos, mientras que la polarización ideológica se concentra en posiciones concretas.

En resumen, la polarización política es una división basada en ideas y posiciones, mientras que la polarización afectiva es una división emocional, social e identitaria que genera rechazo y hostilidad entre grupos, afectando tanto la política como la convivencia social. Ambas son fenómenos distintos, pero interrelacionados, en la dinámica política contemporánea.

La práctica sistemática del encuentro, la escucha, el diálogo y el consenso como enfoque y ética política es un camino hacia la recuperación del tejido social y del consenso democrático —reconfigurando su sentido en el contexto actual y afirmando sus valores—, haciendo posible que emerjan nuevas condiciones institucionales que transformen constructiva y pacíficamente la realidad con orientación hacia el bien común.

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