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Conflicto entre los pueblos Amazónicos y el Gobierno

 

Aportes para un diálogo genuino y sostenido

 

El actual proceso conflictivo entre pueblos amazónicos y el gobierno evidencia una vez más dos rasgos persistentes de nuestras relaciones sociales que atentan contra la posibilidad de constituirnos en un país verdaderamente democrático y moderno: la dificultad de establecer un sincero diálogo intercultural desde donde se articulen distintas visiones de desarrollo; y, la tendencia a prestar atención a los conflictos sólo cuando estos han hecho crisis y acecha su potencial destructivo.

 

Ambos rasgos se sostienen en una incapacidad para reconocernos y apreciarnos en nuestra diversidad. La diversidad cultural, étnica y social parece experimentarse como una traba, un obstáculo al desarrollo. Nos cuesta vivir la pluralidad con orgullo, como un motivo de celebración, como un gran potencial para enriquecernos como sociedad. Como consecuencia la desconfianza, el autoritarismo, la discriminación y la exclusión se instalan con demasiada frecuencia como un patrón de nuestras relaciones sociales.

 

Es importante entender que los conflictos son desencuentros naturales de las relaciones humanas y que por tanto, si se atienden adecuadamente y a tiempo, pueden aprovecharse constructivamente para transformar situaciones de injusticia e insatisfacción largamente postergadas. En otras palabras, el conflicto es el síntoma no la enfermedad. Pero si los intereses y necesidad sentidos por los diversos grupos sociales, que están a la base de los problemas, no son abordados a tiempo, lo más probable es que tarde o temprano estalle el conflicto generando episodios de crisis con eventuales expresiones de violencia.

 

Este parece ser el caso del conflicto, hoy en etapa de crisis, entre el Gobierno y los pueblos Amazónicos. Se observa que los rasgos mencionados se traducen en una inadecuada comunicación entre las partes, la acumulación de frustración e ira, así como la proliferación de imágenes polarizadas de uno y otro lado sobre la naturaleza del conflicto o, incluso, sobre la calidad ética de los respectivos interlocutores. Como consecuencia, el lenguaje y las acciones de ambas partes se han ido radicalizando, alimentando un ciclo conflictivo destructivo en el que las brechas se agrandan en un lugar de acortarse.

 

En este tipo de contextos la única posibilidad de transformar los conflictos en oportunidades de desarrollo, es a través de un diálogo genuino y sostenido. Con ello no nos referimos al “diálogo” en donde las partes buscan repartirse culpas, descalificarse mutuamente e imponer al otro condiciones para que termine aceptando nuestra posición.

Eso es un “diálogo de sordos”, es utilizar al diálogo como coartada de una negociación confrontacional. Jugar a la realpolitik.

Un diálogo genuino supone tener como fundamental premisa de entrada la disposición a participar en un proceso para escuchar al otro antes de ser escuchado, y estar dispuesto a entender puntos de vista distintos al propio. Esta escucha además deber ser activa, esto es, con la mente y el corazón abiertos, sin prejuicios y estereotipos.

 

Asimismo, un diálogo sostenido implica considerar no sólo las circunstancias actuales del conflicto sino el contexto más amplio del cual es expresión. Es decir, no sólo ver el corto plazo sino el mediano y largo. Ello implica ir ampliando progresivamete la agenda y la participación de los otros sectores de la sociedad civil involucrados en esta problemática compleja. Así, el diálogo tendría que buscar abordar la agenda mayor de las poblaciones amazónicas e indígenas y su relación con el Estado, así como los modelos y las visiones de desarrollo que están en tensión como transfondo del conflicto. Un diálogo parcial, que se agote tan sólo en las circunstancias inmediatas, dificilmente será a la larga un diálogo sostenible.

 

Creemos que sólo desde esta perspectiva se puede hablar seriamente de diálogo. Bajo estas condiciones, y planificada una metodología adecuada, el proceso debiera apuntar a crear un espacio de distensión, aprendizaje, entendimiento y reconocimiento mutuo, que permita recanalizar las emociones y mirar los puntos de tensión desde sus distintos ángulos. Sólo así el diálogo podrá rendir sus anhelados frutos: mejorar la deteriorada comunicación entre las partes y generar niveles de confianza desde donde se encuentre el terreno común para impulsar dinámicas de colaboración antes que de confrontación, de modo que la imaginación y la creatividad en la búsqueda de soluciones sostenibles a los problemas pueda florecer.

 

Este conflicto puede ser, mediante un diálogo genuino y sostenido, una gran oportunidad de transformación constructiva, de acercamientos largamente esperados entre peruanos. No la desaprovechemos.

Javier Caravedo Chocano
Director Ejecutivo
ProDiálogo

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